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miércoles, 6 de marzo de 2013

EL PÚBLICO


                                                     EL PÚBLICO


Entremétome en todas partes como un pobrecito, y formo mi opinión y la digo, venga o no al caso, como un pobrecito. (Larra, 1832: “Quién es el público y dónde se encuentra”)

                     


Ya lo intentó Larra muchos años atrás, él se sentó un día a pensar y empeñado en descubrir quién era el público y dónde se encontraba, se armó de valor y salió a buscarlo. Al principio no supo muy bien dónde hallarlo, pero finalmente lo encontró. Estaba en todas partes, en la calle, en los cafés, en los teatros, en misa, de paseo, en sus casas criticando, en definitiva, allí donde fueres el público siempre estaba. Pues bien, señores, yo cómo Larra salí a buscarlo con la intención de defenderlo, aunque pobrecita yo, no había defensa para el público.


Salgo a la calle a observar, puede que me lleve una sorpresa, puede que Larra exagere, no lo sé, así que pongo ruta y mi primera parada, el metro. Ya a primera hora de la mañana parece que estoy en una serie de zombies. Nadie se mueve aunque como leones defienden su posición no vaya a ser que alguno se quede al fondo del vagón donde no pueda ser visto o donde haya otro que le gane al juego de las sillas. El público del metro parece repetirse, todos tienen un mismo interés y todos portan algo en sus manos (esta era se le escapa a Larra,  antes eran bastones, pero ahora son móviles).


Llego a mi parada, estoy un poco asustada, el público ha cambiado su posición y ahora su meta es salir en estampida por la puerta. Aquí sólo puede hacer una cosa, seguir a la corriente y si tiene prisa, por ley, estará detrás de alguien que no le importa imitar andando a las tortugas. Cuidado también en entrometerse por el camino de uno ellos, puede sufrir de empujones y hasta de algún insulto. Da igual que se quiera defender, excusar, cambiar la dirección, que sólo oirá una frase: “¡Hay que tener respeto a los mayores!” Oiga señor, usted me ha insultado y basta ya con el mismo cuento, el respeto para todos.



Parece ser que Larra no se equivocaba mucho, pero quería darle otra oportunidad. Ya en la calle me dirijo a una cafetería, quiero saber y escuchar cuáles son los temas. Me siento en una mesa y pido un café con leche y azúcar, ¡déjese usted de sacarina que soy un animal de costumbres! Ahora sólo espero que el camarero no me escupa en la taza, están todos tan susceptibles...menos mal que no les he contado cómo es su público. En una mesa veo a un señor mayor, muy distinguido con su sombreo, murmurando la poca velocidad del chico para servir. En otra mesa a dos señoritas muy bien vestidas comentando a ver qué son esos pelos que lleva. Pobrecito, ya estoy hasta por dejarle que me traiga sacarina si quiere. Allá a lo lejos un grupo variado de personas parece estar diciendo algo interesante. Esta vez el camarero se salva, ahora son los intocables los que están en el punto de mira con sus trajes, tan bien vestidos, calzados, peinados, su sobre debajo del brazo, su guión aprendido, sus promesas rotas en los bolsillos, los políticos se dejan querer, no todos, pero son un gremio últimamente un tanto descontrolado. Señores, el público me miente, oigo ciertas cosas, pero no lo que piensan. Y es que a menudo habla para los demás y calla para sí mismo. Empezaba pues, a dar la razón a Larra que dice que cada clase de la sociedad tiene su público.


Atemorizada por esa doble moral que presentan los más cercanos, me hizo gracia encontrar al verdadero público y ver que sólo vive por propio interés. Mira a su alrededor y critica, pero no se mira en un espejo y comprende que él también es parte de ese público al que reprocha sus males.


Finalmente, Larra ganaba: “no existe un público único, invariable, juez imparcial, como se pretende; que cada clase de la sociedad tiene su público particular, de cuyos rasgos y caracteres diversos y aún heterogéneos se compone la fisonomía monstruosa del que llamamos público; que éste es caprichoso, y casi siempre tan injusto y parcial como la mayor parte de los hombres que lo componen; que es intolerante al mismo tiempo que sufrido, y rutinero al mismo tiempo que novelero, aunque parezcan dos paradojas; que prefiere sin razón, y se decide sin motivo fundado; que se deja llevar de impresiones pasajeras; que ama con idolatría sin porqué, y aborrece de muerte sin causa; que es maligno y mal pensado, y se recrea con la mordacidad; que por lo regular siente en masa y reunido de una manera muy distinta que cada uno de sus individuos en particular; que suele ser su favorita la medianía intrigante y charlatana, y objeto de su olvido o de su desprecio el mérito modesto; que olvida con facilidad e ingratitud los servicios más importantes, y premia con usura a quien le lisonjea y le engaña; y, por último, que con gran sinrazón queremos confundirlo con la posteridad, que casi siempre revoca sus fallos interesados”.(Larra,1832)

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