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lunes, 13 de enero de 2014

HISTORIA DE UNA TRAGEDIA: FILIPINAS

                                 

                           HISTORIA DE UNA TRAGEDIA: FILIPINAS


Por: Miriam Cantalapiedra Barrocal

El pasado 8 de noviembre de 2013 Haiyan azotaba Filipinas dejando tras de sí más de 6.100 personas muertas y más de 1.700 desaparecidos. Una tragedia que será recordada de por vida por el pueblo filipino y por aquellos que llegaron al país en busca de una vida nueva. Rubén Rubí Carnacea, cofundador y director de BuceoMalapascua, Filipinas, narra su propia historia tiempo después del gran desastre.


Buscando un nuevo hogar

Rubén Rubí Carnacea, nació en Rosas, un pueblo de Gerona, Cataluña. Como tantos otros españoles, decidió salir de España cuando vio las orejas al lobo asomarse con la crisis. Tras vivir en Tailandia y Malasia más de 2 años, se mudó a Filipinas en busca de algo nuevo. Durante mucho tiempo estuvo viajando por las islas para encontrar su hogar definitivo, el sitio perfecto que le enamorase y le robase el corazón. Ese lugar finalmente fue la Isla de Malapascua, uno de los destinos de buceo más importantes del país. Así la describe Rubén al recordar su llegada: “Malapascua era lo más parecido a un trocito de cielo, con sus palmerales a pie, inmaculadas playas de arena blanca y ese aire de rincón olvidado”. Sin duda un paraíso en el que a muchos les gustaría vivir.


Se aproxima la tormenta

Pero un día este trocito de cielo, se vería amenazado por un tifón cuyo nombre pusieron Haiyan. Desde primeros de noviembre la tormenta fue controlada a medida que ésta iba creciendo. A pesar de todo, los filipinos se pensaron que podría tratarse de un ciclón más y tan sólo sería necesario resguardarse y tomar una serie de precauciones como tantas otras veces atrás. “Al saber que se podría tratar de un supertifón, suspendimos nuestras actividades en la ciudad y volvimos urgentemente a Malapascua con el objetivo de asegurar las propiedades y resguardar todas las cosas importantes como los barcos y el material más valioso”. Rubén acababa de empezar a trabajar como manager de un centro de buceo. “Nadie se lo esperaba, nadie, y es por eso que sólo evacuamos a los turistas. Simplemente les queríamos ahorrar la incomodidad de unos días sin electricidad y sin Internet ”. 



La noche antes de que Haiyan tocase tierra el buceador estuvo charlando con sus familiares y amigos ya que las alarmas habían saltado entre todos ellos. “Me dediqué a calmar los ánimos y mostrarme optimista, bromeando incluso sobre el asunto, pero cuando vi la categoría que estaba alcanzando el tifón y su trayectoria directa hacia nosotros empecé a comprender que aquello iba a ser la experiencia de mi vida”. Y así fue, Rubén comenzó a prepararse para recibir un duro golpe.



La terrible noche

Rubí vive en una cabaña que combina el bambú, la madera, cimientos y columnas de cemento como materiales de construcción. Su casa se sitúa delante de la playa, justo por donde estaba previsto que entrase el tifón. Esa misma noche, puso su cámara a cargar, cenó y se acostó a alrededor de la 12 horas. Haiyan estaba preparado para tocar tierra a las nueve de la mañana, pero durante las horas anteriores la furia del viento fue creciendo.


El buceador, sin poder pegar ojo, trató de abrir la puerta de su casa pero se dio cuenta de que la arena había atascado la puerta y estaba atrapado. El resto del tiempo sólo podía mirar atónito una situación de la que no sabía si saldría con vida. Así describe el momento más intenso de su vida: “Llovía por toda la habitación y en el lavabo. Mis dudas empezaron a aflorar y la sensación de que estaba en el sitio equivocado no dejaba de acudir a mi mente. La siguiente hora la pasé en el cuarto de baño, la única zona de mi casa con paredes de cemento. El sentimiento que sigue agarrado a mis tripas es el del miedo más intenso que he pasado en mi vida. Miedo e impotencia ante esa inconmensurable fuerza que me hacía sentir tan pequeñito. Los objetos empezaron a volar y con un gran crujido una de las paredes colapsó y arrastró un enorme armario que acabó atravesando y derruyendo la siguiente pared.”


Entre el atronador aullido del viento el casero gritó su nombre desde la calle. Tras ver que se encontraba con vida, le aconsejó abandonar la casa para correr hacia otra más sólida. Así lo hizo, golpeó la puerta con el pié violentamente hasta que cedió. Fue entonces cuando comenzó una carrera de casa en casa buscando un lugar donde refugiarse. “Aun me dan espasmos al intentar rescatar detalles de esa carrera. Mis pies apenas tocaban el suelo y era imposible abrir los ojos y ver con claridad”. Finalmente encontró una casa donde había tres familias resguardadas con el miedo en sus miradas.



Según avanzaban las horas, el ojo del huracán se fue alejando lo que alivió a los atemorizados refugiados. A las 12 horas del mediodía, cuando todo estaba más tranquilo, Rubén y unos cuantos hombres se aventuraron a salir para ver las consecuencias del desastre. Así relata Rubén sus primeras impresiones: “En la playa el panorama era apocalíptico. Sin darme cuenta me encontré andando sin rumbo y sin reconocer nada. Veía a gente rebuscando entre los escombros y yo esperaba lo peor. No paré de preguntar si todo el mundo estaba bien a cada pocos metros. No me lo podía creer pero parecía que no había víctimas mortales. Aun así la tragedia era evidente y mis lágrimas contrastaban con las incrédulas sonrisas de los que se veían vivos tras ese desastre”. Un shock que continúa en la memoria de todos, asegura este superviviente.



Un amargo después

A partir de ese momento familias enteras comenzaron a peinar la zona en busca de materiales que les sirvieran para cubrir los tejados o resguardarse de la lluvia. Los que aún tenían cocina se pusieron también manos a la obra para poder dar de comer con arroz a todos los que lo necesitaban. Unas gentes que, según el entrevistado, no tienen nada y lo dan todo.


Malapascua fue una de las zonas con mejor suerte dentro de lo que es la tragedia. Otros lugares como Leyte o Tacloban tuvieron un peor destino. Quienes vivieron la tragedia en estos lugares durante los primeros días no podían dormir debido a las pesadillas. El olor que se propagó por Tacloban tras la maraña de cadáveres quedará en la memoria de los aterrados supervivientes, cuenta Rubén.


¿Tras la tormenta llega la calma?

Pasada la tormenta, como todo buen refrán, llega a calma. Tras estas horas de horror y pánico toca analizar los puntos débiles del país ante la catástrofe y el protocolo de actuación del Gobierno filipino es uno de ellos. El entrevistado asegura que no existió ningún protocolo ya que ningún pueblo fue evacuado, lo que demuestra, según Rubén, que no se puso mucho hincapié en las predicciones meteorológicas que llegaban.


En cuanto a las ayudas humanitarias, el director de BuceoMalapascua afirma que hasta su isla no llegaron ayudas del Gobierno en los primeros días. “Tres días después, cuando la gente empezó a estar hambrienta, empezaron a llegar alimentos y agua de diferentes organizaciones no gubernamentales de otros países y de la Cruz Roja filipina, así como de la iniciativa privada y los hoteles de la isla”. Denuncia que mucha de esta ayuda se perdió por el camino debido a artimañas políticas: “Sé que muchas de las ayudas internacionales en forma de dinero se perdieron en la compleja maraña del poder político del país y que poco o nada llegó a quienes lo necesitaban.”


¿Cómo afrontar un golpe de esta envergadura? Los filipinos, cuenta Rubén, son muy creyentes y han aceptado a Haiyan como un plan divino así que se refugian en las iglesias a rezar. Paralelamente a la tristeza comenzó a emerger un sentimiento de malestar general ante sus dirigentes. “Tal vez el paso de Haiyan haga mucho por este pueblo si consigue abrirles los ojos y despertar en la población el mínimo atisbo de rebelión o crítica contra el corrupto poder que llevan tantos años aceptando sin rechistar”, explica el entrevistado.


A día de hoy las familias piden préstamos para poder reconstruir sus casas, aunque lo que ganan no da para cubrir todos los gastos. En cuanto a nuestro protagonista, asegura que desde que el tifón se fuera, su trabajo a pasado a ser el mismo que muchos en la isla. “Hay que volver a organizar las calles, quitar escombros, arreglar las casas y recaudar dinero para que el pueblo pueda volver pronto a la normalidad”.


Un largo camino por recorrer

La historia nos demuestra que tras meses de haber pasado una tragedia, la sociedad comienza a olvidarse de los afectados y las ayudas empiezan a desvanecerse. Por eso es crucial que las líneas de ayuda den su fruto. “Cada minuto que pasa es crucial a la hora de recoger fondos que nos permitan aquí seguir trabajando en la reconstrucción aún por un buen tiempo. Estamos haciendo esfuerzos en tiempos récord para que no se nos pase el arroz”, narra Rubí Carnacea.


Fueron unas horas de miedo extremo y de incesante lucha por la supervivencia. Así resumen Rubén el final de una odisea en la que murieron más de 6.100 personas y desaparecieron más de 1.700 personas. “La mayor alegría de estar vivo es la de verse en el sitio y en el momento apropiados para poder ayudar a toda esta gente que tanto necesita de nosotros en estos momentos. Siempre pensé que tenía un ángel de la guarda que hacía horas extra para cuidar de mí. Ahora me doy cuenta de que debe de tratarse de un regimiento de ellos y que tienen a muchas más personas a su cargo. Sólo puedo dar las gracias a la vida por haberme puesto aquí”.




Rubén Rubí, lleva a cabo una labor de ayuda tras el tifón. Ésta es la cuenta para todas aquellas personas que quieran colaborar. Una cuenta que sin intermediarios llega directamente al pueblo filipino.

NGO name: SOS PLANET
NIF (ID. NUMBER): G66175662
Project: SOS PHILIPPINES
BanK: BANC DE SABADELL
aCCOUNT NUMBER: 0081-0175-27-0001375138
IBAN: ES75 0081 0175 2700 0137 5138
BIC: BSAB ESBB




miércoles, 8 de enero de 2014

CAMBIO



CAMBIO


Yo que me fui, decidí cambiar.
Yo que cree mis patrones bajo la mar.
Puse al cielo bajo la luna,
puse al ciego a caminar


Lloré en silencio desde un rincón,
rompí las reglas,
grité en verso
y en verso escondo a la oscuridad.


Solté las riendas,
amarré el barco,
olvidé el olvido,
soñé la tormenta,
me desperté en tempestad,
tragué saliva,
volé con el viento,
y el viento sólo dejó de soplar.


Atrás quedan las almas.
Qué absurda la realidad.
Qué empalagoso el tiempo,
nunca se cansará de llegar.